Miles de trayectorias se entrecruzan en el lienzo
imaginario. Días, horas, pasos por las
calles, cambios de semáforos, tráfico, sirenas, timbres de bicicletas. El sol
en su rutina de alcanzar el cénit, noches sin luna y sin estrellas en un trozo
de cielo cercado por edificios. Personas con los huesos en la acera, con el
hambre en los bolsillos. Gentes que
pasan, que parecen escapar de la prisa.
Lugares, lugares, lugares.
El aire de la ciudad estaba más puro, reapareció la
naturaleza. Al pasar la tormenta salieron los pájaros de las chimeneas y de las
cornisas, se desprendieron los árboles de hojas para seguir creciendo, germinó alguna semilla en el espacio entre
dos baldosas o entre algodones mojados. La lluvia cayó con fuerza puliendo las
fachadas, eliminando todo lo inconsistente.
Nunca sabré muy bien cómo y en qué momento ocurrió. Hace cinco
años, tú caminabas por la facultad de medicina y yo defendía mi primer póster
en un congreso de estudiantes. Durante mucho tiempo nos separaron miles de
kilómetros, países, continentes, el océano, la dorsal atlántica y hasta los
hemisferios. Cualquier estadístico disfrutaría con nuestro caso… De lo infinitamente
difícil que resultaba, se cumplió la posibilidad de uno entre un billón.
Hemos ganado en sabiduría.
La ciencia siempre se entiende mejor con un ejemplo, lástima que
Einstein no haya llegado a conocernos. En la era del inicio de los tiempos,
dicen los libros que se separaron las placas tectónicas. Se formaron volcanes
en las costuras, y las montañas dejaron entre sí los los valles, por donde
discurrirían los ríos cuando llovió en la Tierra por primera vez.
¿Cuántas vueltas dimos en la vida? ¿Cuántos bosques hemos
pasado? ¿Cuántos vados, ciénagas, pozas, cuevas, saltos? Siempre hemos ido,
amor mío, en el sentido de la corriente. Y hemos acabado siendo de agua y sal,
como aquellos ríos prehistóricos.
Como en todas las obras maestras, hemos “sufrido” un giro inesperado. Hemos aprendido
que la verdad es inevitable, y es lo que perdura. Hemos encontrado la melodía entre tanto
ruido. Hemos experimentado la vibración de las partículas que aún están por imaginar
dentro de alguna mente. Como la lluvia, hemos arrastrado todo lo que no tenía
referencia fija para que lo esencial de la vida se abra camino. La ciudad ha
cambiado, y nunca volverá a ser la misma, porque ahora no es que te conozca, es
que te recuerdo de hace mucho, mucho tiempo.